Nunca es suficiente ni es reiterativo insistir en fomentar el diálogo entre las personas en cualquier tipo de vínculo, sea afectivo, político, social, terapéutico, institucional o circunstancial. Considero que estamos en una situación cada vez más grave en la cual se expande viralmente la confrontación, el debate interminable, la discusión agresiva y finalmente el ataque verbal violento hacia el otro que piensa diferente a uno. Urge promover el diálogo. Estamos en una emergencia “sanitaria social” y no nos damos cuenta.
En los medios de comunicación, en las redes sociales, en el mismo Congreso Nacional, que debería ser ejemplo de debate constructivo y lamentablemente no lo es, somos testigos de confrontaciones ofensivas disfrazadas de “intercambios o debates de ideas”. Cada uno quiere imponer su idea, prevalecer sobre el otro, exhibir sus planteos como si fueran verdades irrefutables. Detrás de supuestos argumentos basados en datos objetivos o análisis profundos, hay creencias ideológicas sobrevaloradas, opiniones pasionales y enfoques rígidos que no aceptan cuestionamientos. No importa si el otro me plantea una idea con más fundamento o si la realidad cuestiona la ideología. Siempre se busca imponer el planteo propio como si fuera una competencia deportiva y el triunfo o la derrota es vivida como éxito o fracaso. O peor, cuando el afán por prevalecer sobre el otro se vive como una batalla para derrotar al enemigo.
Aquí es donde el debate confrontativo está envuelto en un extremismo peligroso. Aparece un lenguaje violento, la vociferación, el griterío, la exaltación, la impulsividad verbal y gestual, buscando pasar por encima al “contrincante de ideas”. El otro deja de ser un sujeto diferente a mí, pero a la vez un humano semejante, merecedor de respeto, sino que se torna un enemigo y un objeto de mis ataques para destruir sus ideas. Pero si busco destruir las ideas del otro finalmente querré destruirlo en su derecho a la existencia.
Recordemos que dictaduras y regímenes totalitarios de cualquier signo político u ideología han realizado el acto “ritual” de la quema de libros considerados “subversivos” o “contrarios al régimen” como símbolo de aniquilación de la democracia, de la libertad de expresión y finalmente como símbolo del deseo de eliminar al que piensa diferente.
Por supuesto que hay cientos de personas, familias, instituciones y espacios sociales en los cuales el diálogo todavía se intenta llevar a cabo a pesar de vivir apurados, con falta de tiempo para escucharnos. Muchas veces, hay un pseudo diálogo bajo el formato imperante de las redes sociales: una cadena de mensajes escritos o audios interminables. Esto último disfraza aún más la falta de diálogo, crea una ilusión de intercambio que se amolda perfectamente a los tiempos acelerados en los que transitamos nuestras vidas.
Para dialogar, entonces, ante todo tenemos que entregar tiempo, el que sea necesario, cuando los temas son importantes, trascendentes, complejos o imprescindibles. Otro requisito para el diálogo es la disposición a escuchar, a querer conocer y entender lo que el otro nos quiere transmitir, su manera de pensar, sus miradas y sus ideas. Y por supuesto, el espacio para transmitir nuestros propios pensamientos, desarrollarlos y con el equivalente deseo de ser escuchados.
Dialogar no significa ausencia de conflictos, ni borrar diferencias de ideas o argumentos en principio contrapuestos. Por el contrario, la esencia misma del diálogo es encontrar puentes para acercar esas diferencias y lograr una mirada común y superadora que incluya las perspectivas de cada participante del dialogo.
Un sinónimo de diálogo es Conversación. La conversación es tratar un tema en conjunto, es girar en torno a un asunto y lograr que se incluyan los aportes, el entendimiento de ambos participantes y se arriben a conclusiones superadoras.
De eso se trata, de dialogar o conversar para lograr mejores aportes, mejores perspectivas, mejores soluciones para problemas complejos, para situaciones trabadas en discusiones estériles o en agrias disputas que no resuelven nada. O aún peor: ensanchan más la brecha y el distanciamiento entre los que supuestamente quieren intercambiar y dialogar.
Es imperioso que fomentemos el diálogo, que lo practiquemos y, por qué no, que lo enseñemos, tal como se dicta una materia en la escuela. Justamente, en éste sentido, la escuela debería ser la institución que promueva la enseñanza del dialogo apenas ingresen los niños a cursarla. Sugiero que se incorpore el diálogo como una asignatura más, pero no para calificar al alumno, sino para establecer un espacio de aprendizaje y reflexión que tenga un status, un lugar definido y permanente en la curricula escolar.
Y desde la escuela y otras instituciones trabajar en conjunto con las familias para que en aquellas se promueva el diálogo en las cuales está ausente, o mejorar su calidad en las cuales se intenta hacerlo. Familia y escuela deben retroalimentarse permanentemente.
Dialogar promueve un encuentro entre el Otro y Yo, nos reconoce semejantes y a la vez diferentes, nos recuerda que sin el otro no podemos construir nada, nos hace más humildes, más serenos y más abiertos al aprendizaje. Nos humaniza en lo mejor que humanamente creamos los seres humanos, para no caer en lo que humanamente peor generamos que es la confrontación, la discusión violenta y la absurda destrucción.